EL MENDIGO QUE DORMÍA BAJO LAS ESTRELLAS.
Fue un niño inquieto desde pequeño.
Siempre estaba por los campos cerca de su casa jugando con los animales. Nunca dormía en su casa, le gustaba ver el
firmamento lleno de aquellos cientos de millones de estrellas que admiraba como
el más hermoso de los jardines.
Empezó a hacerse mayor, y con él, su bonito
pueblo, que ya era una ciudad llena de enormes edificios. Él seguía sintiendo
esa libertad y no podía dormir bajo ningún techo.
La gente al verlo pensaba que era un
mendigo siempre entre cartones. Él, cada noche disfrutando de aquellas vistas,
y siendo éstas su mayor tesoro. Con ellas hablaba, reía, lloraba y soñaba. Lo
eran todo para él.
Pasaron los años y la luz de las farolas
apenas podían dejarle ver sus estrellas, el muchacho no hacia otra cosa que
pensar en una solución. Entonces un día empezó
a dibujarlas, pero nunca sería lo mismo.
Él quería tocarlas solo por una vez. Así
que empezó a trabajar muy duro, ahorrando poco a poco consiguió un billete de tren,
unas cuerdas y un poco de comida y se marchó a toda prisa dejándolo todo.
Quería conseguir su sueño a toda costa, así que se dirigió a la montaña más
alta. Al llegar empezó a trepar como si la vida le fuera en ello; al subir
hasta la cima se dio cuenta de que había viajado en tren, que había pasado días
de escalada, de frío y hambre. Ya estaba en lo más alto del mundo, pero,
ni por esas las podía tocar.
Se volvió a hacer de noche, y empezó a
llorar. - “Perdí el tiempo”, - se dijo; pero sus lágrimas subieron hasta ese
firmamento tan desconocido y que tanto tiempo había mirado y se dio cuenta de
que las estrellas en realidad son las lágrimas de todas aquellas personas que
luchan cada día y se conforman con conseguir uno de sus sueños. (Jorge)
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