22 de diciembre de 2015

FIESTA FIN DE TRIMESTRE

         Hoy día 22 de Diciembre de 2015, a las 5:30 de la tarde celebramos la Fiesta fin del trimestre, en el Centro de Adultos de Bormujos.
          Primero, se leyeron los tres cuentos de Navidad finalistas del Primer Certamen literario celebrado en nuestro Centro. Los premiados  han sido: Christian Vázquez, 3º, Francisca Gil, 2º y Mario Álvarez, primer premio. 
 

          Después, celebramos la merienda tradicional de hermandad y para terminar con cantes de villancicos y fin de fiesta.
                   Os deseamos a tod@s unas felicies fiestas y próspero año nuevo, 2016.     ¡Salud y suerte para todos!

                 A continuación puedes leer el cuento ganador del certamen. Esperamos que os guste:

LA FAMILIA EIRENE
  
           Érase una vez un país lleno de bondad y amor y, como el país, las gentes que habitaban en él. Prados verdes, montañas nevadas, ríos caudalosos, bellos animales y un sinfín de recursos que daban a aquella nación todo lo necesario para ser perfecto. A los países vecinos, sin embargo, no les parecía del todo bien que una sola nación albergara todas aquellas maravillas, así que, sin más, uno de ellos emprendió un ataque contra la capital del país.
       Los primeros ataques fueron un par de bombardeos seguidos de la entrada del ejército por el norte de la ciudad. En aquel momento, la familia Eirene se encontraba en su casa situada en la quinta planta de un bloque de pisos. Se habían despertado alterados por el ruido de los explosivos y decidieron huir de inmediato, buscando un lugar seguro al que ir. Todos los demás vecinos parecían que habían pensado lo mismo y huían despavoridos hacia las calles sin saber muy bien qué ocurría y qué hacer. La familia Eirene decidió tomar la salida por el norte de la ciudad: justo estaba cortada por el ejército y los incontables montones de escombros que se acumulaban por todas partes. El edificio de la familia había sido destruido en un nuevo ataque aéreo y las esperanzas por sobrevivir disminuían cada vez más. En ese momento, el padre tuvo la idea de cruzar la frontera, en parte forzados por la situación que se estaba viviendo en aquel momento. Las condiciones climatológicas no acompañaban demasiado porque aunque no estuviera lloviendo, hacía mucho frío en el ya asentado invierno que hiela cada uno de tus extremidades.
        El bosque parecía el lugar más seguro por el que seguir la travesía y no dudaron en cruzarlo. Los aviones no dejaban de pasar, los bombardeos no cedían, esto no tenía pinta de acabar bien, pero el padre de la familia Eirene no dejaba de dar ánimos a sus hijos y consolar a su esposa diciéndole “todo va a salir bien, volveremos a estar todos juntos en casa”. No podía estar más equivocado: un pelotón del ejército enemigo disparó contra lo que creían que eran soldados contrarios a ellos. La hija menor de los Eirene falleció casi en el acto. El pelotón se quedó inmovilizado al darse cuenta de lo que habían hecho y casi no se lo podían creer. Decidieron entonces escoltar a la familia hasta la capital del país vecino para parar la atrocidad que estaba acometiendo por un sinsentido.
         Acompañaron a la familia hasta el centro de la ciudad con el cadáver de la hija en manos del padre. Los ciudadanos que pasaban por ahí no paraban de insultarles, pero todos los ojos apuntaban a aquel bulto que llevaba el padre entre sus brazos. Les daba igual que llevase a su hija muerta en brazos, el odio y el rechazo se había apoderado de ellos y los soldados no podían hacer otra cosa más que agachar la cabeza y seguir avanzando hasta llegar a las puertas
del Parlamento para así encontrarse con el Presidente.
       Cuando llegaron a la plaza donde se encontraba el Parlamento, casi toda la población se aglutinó alrededor de la familia Eirene como si fueran a lapidarlos, pero salió por la puerta principal del edificio el Presidente y le dio la bienvenida a su país. La familia Eirene no se lo podía creer: el Presidente les sonreía de manera victoriosa aun sabiendo por todo lo que han pasado y lo que llevaban consigo en esos instantes. “Sólo queremos un poco de los recursos que ustedes tienen, nada más”, dijo el Presidente a la atónita familia que en esos momentos estaba intentando digerir el mensaje que le acababan de transmitir.
      Los soldados del ejército contaron la historia de la familia, pero a la gente no le pareció importarle demasiado: querían sus cabezas, como si ellos fueran los responsables de tener todas aquellas maravillas al alcance de su mano.
    Y entonces, el hijo de la familia Eirene comenzó a llorar. No aguantó más. El llanto resonó por todo el lugar y ninguno de los presentes se atrevió a decir una sola palabra. Los padres del chico trataron de consolarlo, pero no había manera. El pequeño cogió a su hermana envuelta y la abrazó como nunca lo había hecho. Los presentes quedaron fascinados ante lo que estaba ocurriendo y sus caras parecían cambiar y empezaron a sentir vergüenza. El Presidente se acercó a ellos y les miró a los ojos. Se giró rápidamente y decidió llevarlos de vuelta a su país.
         El convoy que transportaba a la familia paró justo en el barrio de la familia Eirene y bajaron todos los ocupantes de los vehículos. El Presidente se puso en medio de la plaza abarrotada de civiles y se aclaró la voz: Pongo fin al ataque – dijo sin titubear. La familia Eirene lo había conseguido y todas las gentes del lugar se lo agradecieron. Un pequeño que se encontraba por la zona se acercó al hijo de los Eirene y le entregó un juguete para que aliviase el dolor de la pérdida de su hermana. Y se obró el milagro: las armas fueron sustituidas por regalos para todos los niños y las bombas por copos de nieve que tornaron el paisaje blanco purificante en el que poder empezar una nueva vida en paz y con los seres queridos.

Mario Álvarez Pleguezuelos

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