21 de diciembre de 2016

CREATIVIDAD LITERARIA

Presentamos en nuestro blog de Centro algunos de los trabajos realizados en el presente trimestre por el grupo de Creatividad literaria:


La vuelta al Cole

“El cole”,  ¡cuántos maravillosos recuerdos inundan mi memoria! Esos años en los que la inocencia y la curiosidad llenaban cada uno de mis días. Curiosidad por todo lo que me rodeaba, investigándolo todo.

Recuerdos como aquella higuera del patio del colegio, donde trepaba para saborear sus frutos, el olor a higos en esta época me lo recuerda constantemente.
Recuerdos de Sor Isabel, enfadada siempre por mis continuas preguntas a las que ella no contestaba, con el consiguiente castigo: todos los días castigada en un rincón, por preguntona.
Recuerdos de aquel profesor de matemáticas con sus siete dioptrías de miopía y sus tres tipos de gafas distintas. Ese entrañable profe que me inculcó el amor por los números, pero sobre todo a razonar y no a memorizar. Por fin un adulto me respondía a algunos de mis porqué y no recibía un castigo por preguntona, todo lo contrario, él me hacía cuestionar las respuestas. ¡Maravilloso maestro!.
Recuerdos de ese profesor de Filosofía que me conectó al pensamiento de los grandes maestros, para así seguir por el sendero de la búsqueda de respuestas. Pasábamos horas y horas exponiendo nuestro parecer, preguntas tan interesantes cómo: ¿Hay algo más allá de la muerte? ¿La energía dura siempre? ¿De dónde venimos? ¿Qué somos?.
Todos esos recuerdos y muchos más, se van agolpando a la vez en mi memoria en cuanto me senté en el pupitre del Centro de Adultos de Bormujos.  La primera vez que asisto a un Centro de Adultos.
A mis 58 años, al entrar en el aula, he conectado directamente con aquella niña de 5 años preguntona llena de inquietudes y … ¿sabéis una cosa?
Sigo siendo esa niña.
Sigo teniendo preguntas sin contestar, no dejo de tener curiosidad por todo lo que me rodea, de saber el porqué de todo y me gustaría que la escritura fuera el hilo conductor para poder expresar mis emociones, guardadas tan tan dentro de mí.
Mi deseo es conseguir expresar a través de la escritura, todas aquellas inquietudes que viven en mi mundo interior.
Este curso puede ser la llave que abra todo aquello que necesito expresar y lleva guardado tanto tiempo en lo más profundo de mi ser.
                                                                                                 Maribel Riego Romero
                                                                                                      “una preguntona”


Y EL FRÍO LLEGÓ


Como cada año, tarde más o tarde menos, siempre llega. Un día dejas de ver a la gente paseando hasta tarde, y como por arte de magia, desaparecen las terrazas bulliciosas. Casi siempre te pilla de imprevisto, es cuando la ropa de verano sientes que se te despega del cuerpo y echas mano de una chaqueta . Por mucho que trates de retrasar el momento…. siempre llega. Es cuando comienzas la tarea de sacar la ropa de invierno: esos armarios que cuando los abres, esperas encontrarte con la sorpresa, de algún vestido, del que no te acordabas y ahora ves precioso. Te pasas horas cambiando cosas de sitio, y ves como desaparecen los colores claros y te encuentras con un armario grisáceo, apagado, y aburrido y suspiras cuando lo ves. ¡ay!, ¡este año renuevo con cosas más alegres!, piensas; aun sabiendo que al final, como mucho como mucho, comprarás un chaleco azulón y lo demás será casi igual.
Mantas, edredones, alfombras, calentadores, y … Alhucema. Y mientras, te acuerdas de ese olor que siempre te ha gustado y te ha dado esa sensación de calidez y de hogar que tratas de recrear en casa, ese olor de la alhucema sobre un brasero de picón de la casa de tu abuela. Y te trae recuerdos de esos inviernos en los que el frío era como una parte más del juego: correr por la calle abrigadas pera refugiarnos en casa de una amiga con las caritas arreboladas y los pies fríos; Sentarnos horas en un bar hasta que nos echaran por pedir una cocacola para siete mientras charlabas de mil tonterías, importantes entonces. De los inviernos en el pueblo durmiendo en camas con colchones de lana altiiiiiisimos, donde te hundías cuando te acostabas y que antes habían calentado las sabanas con un artilugio extraño y que cuando te tapabas solo dejabas fuera la punta de la nariz para respirar y no podías ni moverte porque ese montón de mantas pesaba una barbaridad.
El frío de entonces me parece ahora más llevadero, más suave. Era el tiempo de comprar castañas asadas, de ir al cine caso todas las semanas, de ir a merendar a casa de una amiga u otra, de estudiar sin matarnos demasiado, de jugar a las cartas de sopitas calientes, de olor a puchero, de quedarte durante horas embelesada viendo arder unos troncos en una chimenea. Igual que en verano te pasabas esas horas mirando cómo rompían las olas del mar en la orilla.
Y a veces te preguntas: ¿es que entonces llegaba el frío? ¿O era parte de ese juego que nos inventábamos?
El frío de ahora es diferente, quizás porque distingamos muchas clases de frío que antes no percibíamos.
El más doloroso para mí es el frío de la soledad, ése que te deja helado una parte de tu corazón cuando alguien a quien quieres desaparece de tu vida dejando un hueco que nadie va jamás a ocupar.
El que te entra en el alma cuando tus hijos se van yendo de tu casa por estudios, por trabajos o porque tienen que vivir su vida y te van dejando habitaciones vacía, pero llena de recuerdos de su infancia, de chismes que no les sirven para nada, pero que no quieren tirar y que tú cada poco tiempo repasas y mantienes preparado para ese día que vuelven tan cambiados, para verte y volverse a ir.
El que te deja los dedos helados, cuando quieres hacer esas mil cosas a un tiempo, que antes hacías casi sin pensarlo y que ahora de una en una y con ayuda a ser posible.
El que sientes en la mirada, cuando ahora con mayor experiencia, algún amigo te miente o intenta manipularte y por no hacerle sufrir, te haces la despistada y le haces creer que no te has dado cuenta de sus mentiras preguntándote: ¿era necesario?,  ¿por qué no confías en mí?
Y el frío que no he sentido, pero que sé que existe, ese frío irreversible que entra a los mayores, cuando ya han vivido tanto que lo han olvidado, y que intentas paliar con risas, pasteles y ternura sabiendo que solo estás alargando ese frío sin vuelta.
Pero, después de escribir todo esto melancólico y tristón, tengo que confesaros una cosa: ¡no me gusta el frío! Es algo que quiero considerar ahora solo cuestión de clima, y que es algo que debe de ser necesario pero que espero con ansia que se acabe cada año. No hay momento más alegre para mí que cuando, pasada esta temporada, veo en el campo margaritas blancas con corazón amarillo, vinagritos y campanillas y el trigo subiendo y dorándose al sol.
Y es que siempre lo he dicho, debo de tener corazón de lagartija, necesito el sol y el calor para vivir, no me gusta estar aletargada, sino pegada en una tapia al sol esperando que pase algún mosquito despistado.
Disfrutad del invierno a quien os guste, y a mí buscadme en verano cuando todos salgamos de nuestras oseras y buscadme y me encontraréis en cualquier pared soleada.
                        Inmaculada Candau


Mis mascotas

Hace mucho tiempo tenía un perro que se llamaba “Canela”. Yo siempre lo cuidaba, le daba de comer, lo lavaba, …  Era muy especial porque su pelaje era tan suave y hermoso que lo podías comparar con una tela de seda. Cuidé a “Canela” desde que lo acogí. Vivió conmigo cinco años; era muy travieso porque se comía la ropa y mordía los zapatos.
Después compré unos pájaros, pero me mudé y tuve que regalarlos. Finalmente, me hice de unos peces y  todavía los tengo en su pecera.
                                                                                                     Dinora Reyes

Yo tenía un pajarito y le echaba de comer y agua. Cantaba y nos despertaba mucho.
                            Ascensión Ramírez.


Recuerdos

Hace un par de días salí a andar para despejarme un poco y tomar el aire, ... pero ese aire no era el que yo buscaba. Entonces, me aparté de la acera y me metí por los caminos, adentrándome en el campo. ¡Ese aire sí que era puro!
A medida que iba andando, empecé a recordar los años de mi niñez. En aquellos tiempos, yo tenía un vecino que poseía varias fincas en el campo: una llamada “La Era” y otra “La Paralela”; y en el verano se llevaba a toda la familia, incluido yo y una hermana mía. Allí pasábamos el verano. Tenía hecho una nave donde dormíamos en los colchones de paja tirados en el suelo, con un sombrajo de caña delante de la nave. Disfrutábamos de toda la belleza y tranquilidad del campo: el olor a tomillo, romero y jara; los árboles frutales, viña y olivos, huerta de naranjos y un mato donde sembrábamos toda clase de hortalizas y frutas, como tomate, pepino, melón, sandía, etc.
Eso era una pasada y una alegría inmensa. Salíamos a cazar pájaros con las costillas y encieras y nos bañábamos en el arroyo que pasaba por la finca, de agua pura y cristalina.
También poseía caballos, burros y carros, donde nos montábamos a diario. En la era se trillaba; nos subíamos en el trillo y disfrutábamos de lo lindo.
Estos recuerdos se terminaron cuando llegué de nuevo a la acera y me encontré con el montón de casas atiborradas, construidas en tan poco tiempo que, además, no están todas ocupadas para mayor "inri". 
A renglón seguido pensé: "No es todo malo". He regresado al colegio de nuevo después de sesenta años, donde pondré todo mi empeño para aprender cosas nuevas y diferentes.
                                                                      Baldomero Librero

                                                  
                                        El invierno

Como todos los días, un joven de 30 años se despertaba de un sueño reparador entre cartones. Así lo venía haciendo desde hacia unos meses en la puerta del ambulatorio del pequeño pueblo donde al cerrar las puertas dejaba un hueco magnífico para resguardarse de la humedad nocturna.
Dos años atrás Virgilio tenía unos padres, una casa y una vida más o menos cómoda, pero sólo aparentemente. En su casa las palizas eran constantes, los gritos….la opresión.
Un buen día, de madrugada, Virgilio decidió ser libre. En una mochila puso lo necesario para sobrevivir y se puso en marcha. Con su mochila a cuestas, se dedicó a andar y andar por los caminos. No sabía muy bien lo que iba buscando, pero a cada paso que daba, se sentía mejor. Por cada pueblo que pasaba iba ayudando a personas que él veía que le podían necesitar y a cambio le daban comida y techo por un día.
Fue aprendiendo paso a paso, que la vida está llena de personas necesitadas de amor, al igual que él, y aprendía que el amor no se enseña a golpes sino con el corazón.
Un buen día llegó a un pueblecito perdido y encontró a una joven muy triste. Los ojos de esa chica estaban apagados, sin brillo, se acercó a ella y sin mediar palabra la abrazó con mucha dulzura, ella se echó a llorar desconsoladamente. Tenía dificultades para andar debido a un accidente reciente y no podía subir las escaleras del ambulatorio donde tenía que hacer la rehabilitación. Se sentía con falta de libertad para moverse, su vida había dado un giro de 180 grados y no aceptaba esa nueva situación.
Con mucho mimo y cuidado, Virgilio la ayudó a subir hasta el último peldaño, le prometió que todos los días estaría esperándola para ayudarla. Y así día tras día, Virgilio estaba esperándola para animarla y prestar la ayuda que ella necesitaba.
Virgilio decidió dormir en la puerta del ambulatorio y así estar listo a primera hora cuando llegara su amiga.
Pasaron los meses y el frío llegó, las noches entre cartones eran muy gélidas. Un día al despertar se encontró tapado con un mullido edredón, al día siguiente cuando fue a ayudar a su amiga, el director médico del ambulatorio lo llamó y le dijo que había llegado a sus oídos la labor humanitaria que él estaba haciendo y le ofrecía la posibilidad de un trabajo que por supuesto Virgilio aceptó.
Una semana después los vecinos del pueblecito se habían reunido y entre todos habían arreglado una casa pequeña, pero muy acogedora, para regalársela a Virgilio y poder así ofrecer un techo para resguardarse de las heladas noches del invierno que ya apuntaba maneras.
Mientras tanto, la amistad entre los dos jóvenes se iba haciendo cada vez más profunda. Amanda, que así se llamaba, empezó a sonreír, cada vez su movilidad era más intensa. Virgilio le contaba historias de su devenir por los caminos, de personas que había ido encontrando en peores situaciones que ella y cómo poco a poco iban mejorando. Amanda volvió a tener fe en la vida y a creer que todo se puede solucionar, si crees en ello.
Los jóvenes terminaron enamorándose desde la admiración, el respeto mutuo y al cabo del tiempo se casaron y formaron un hogar, su hogar, el que siempre anheló Virgilio, un hogar lleno de amor que no duele ni hace daño, un hogar donde te sientes querido, amado y respetado, un hogar que fue creando Virgilio a cada paso que fue caminando por la vida y ahora ya tenía la respuesta que buscaba cuando se echó la mochila a cuestas dos años atrás....
Iba en busca de un cálido hogar
Maribel Riego Romero



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