Presentamos en nuestro blog de Centro algunos de los trabajos realizados en el presente trimestre por el grupo de Creatividad literaria:
La vuelta al Cole
“El cole”, ¡cuántos maravillosos recuerdos inundan mi memoria! Esos años en los que la inocencia y la curiosidad llenaban cada uno de mis días. Curiosidad por todo lo que me rodeaba, investigándolo todo.
Recuerdos como aquella higuera del patio del colegio, donde trepaba para saborear sus frutos, el olor a higos en esta época me lo recuerda constantemente.
Recuerdos de Sor Isabel, enfadada siempre por mis continuas preguntas a las que ella no contestaba, con el consiguiente castigo: todos los días castigada en un rincón, por preguntona.
Recuerdos de aquel profesor de matemáticas con sus siete dioptrías de miopía y sus tres tipos de gafas distintas. Ese entrañable profe que me inculcó el amor por los números, pero sobre todo a razonar y no a memorizar. Por fin un adulto me respondía a algunos de mis porqué y no recibía un castigo por preguntona, todo lo contrario, él me hacía cuestionar las respuestas. ¡Maravilloso maestro!.
Recuerdos de ese profesor de Filosofía que me conectó al pensamiento de los grandes maestros, para así seguir por el sendero de la búsqueda de respuestas. Pasábamos horas y horas exponiendo nuestro parecer, preguntas tan interesantes cómo: ¿Hay algo más allá de la muerte? ¿La energía dura siempre? ¿De dónde venimos? ¿Qué somos?.
Todos esos recuerdos y muchos más, se van agolpando a la vez en mi memoria en cuanto me senté en el pupitre del Centro de Adultos de Bormujos. La primera vez que asisto a un Centro de Adultos.
A mis 58 años, al entrar en el aula, he conectado directamente con aquella niña de 5 años preguntona llena de inquietudes y … ¿sabéis una cosa?
Sigo siendo esa niña.
Sigo teniendo preguntas sin contestar, no dejo de tener curiosidad por todo lo que me rodea, de saber el porqué de todo y me gustaría que la escritura fuera el hilo conductor para poder expresar mis emociones, guardadas tan tan dentro de mí.
Mi deseo es conseguir expresar a través de la escritura, todas aquellas inquietudes que viven en mi mundo interior.
Este curso puede ser la llave que abra todo aquello que necesito expresar y lleva guardado tanto tiempo en lo más profundo de mi ser.
Maribel Riego Romero
“una preguntona”
Maribel Riego Romero
“una preguntona”
Y EL FRÍO LLEGÓ
Y EL FRÍO LLEGÓ
Como cada año, tarde más o tarde menos, siempre llega. Un día dejas de ver a la gente paseando hasta tarde, y como por arte de magia, desaparecen las terrazas bulliciosas. Casi siempre te pilla de imprevisto, es cuando la ropa de verano sientes que se te despega del cuerpo y echas mano de una chaqueta . Por mucho que trates de retrasar el momento…. siempre llega. Es cuando comienzas la tarea de sacar la ropa de invierno: esos armarios que cuando los abres, esperas encontrarte con la sorpresa, de algún vestido, del que no te acordabas y ahora ves precioso. Te pasas horas cambiando cosas de sitio, y ves como desaparecen los colores claros y te encuentras con un armario grisáceo, apagado, y aburrido y suspiras cuando lo ves. ¡ay!, ¡este año renuevo con cosas más alegres!, piensas; aun sabiendo que al final, como mucho como mucho, comprarás un chaleco azulón y lo demás será casi igual.
Mantas, edredones, alfombras, calentadores, y … Alhucema. Y mientras, te acuerdas de ese olor que siempre te ha gustado y te ha dado esa sensación de calidez y de hogar que tratas de recrear en casa, ese olor de la alhucema sobre un brasero de picón de la casa de tu abuela. Y te trae recuerdos de esos inviernos en los que el frío era como una parte más del juego: correr por la calle abrigadas pera refugiarnos en casa de una amiga con las caritas arreboladas y los pies fríos; Sentarnos horas en un bar hasta que nos echaran por pedir una cocacola para siete mientras charlabas de mil tonterías, importantes entonces. De los inviernos en el pueblo durmiendo en camas con colchones de lana altiiiiiisimos, donde te hundías cuando te acostabas y que antes habían calentado las sabanas con un artilugio extraño y que cuando te tapabas solo dejabas fuera la punta de la nariz para respirar y no podías ni moverte porque ese montón de mantas pesaba una barbaridad.
El frío de entonces me parece ahora más llevadero, más suave. Era el tiempo de comprar castañas asadas, de ir al cine caso todas las semanas, de ir a merendar a casa de una amiga u otra, de estudiar sin matarnos demasiado, de jugar a las cartas de sopitas calientes, de olor a puchero, de quedarte durante horas embelesada viendo arder unos troncos en una chimenea. Igual que en verano te pasabas esas horas mirando cómo rompían las olas del mar en la orilla.
Y a veces te preguntas: ¿es que entonces llegaba el frío? ¿O era parte de ese juego que nos inventábamos?
El frío de ahora es diferente, quizás porque distingamos muchas clases de frío que antes no percibíamos.
El más doloroso para mí es el frío de la soledad, ése que te deja helado una parte de tu corazón cuando alguien a quien quieres desaparece de tu vida dejando un hueco que nadie va jamás a ocupar.
El que te entra en el alma cuando tus hijos se van yendo de tu casa por estudios, por trabajos o porque tienen que vivir su vida y te van dejando habitaciones vacía, pero llena de recuerdos de su infancia, de chismes que no les sirven para nada, pero que no quieren tirar y que tú cada poco tiempo repasas y mantienes preparado para ese día que vuelven tan cambiados, para verte y volverse a ir.
El que te deja los dedos helados, cuando quieres hacer esas mil cosas a un tiempo, que antes hacías casi sin pensarlo y que ahora de una en una y con ayuda a ser posible.
El que sientes en la mirada, cuando ahora con mayor experiencia, algún amigo te miente o intenta manipularte y por no hacerle sufrir, te haces la despistada y le haces creer que no te has dado cuenta de sus mentiras preguntándote: ¿era necesario?, ¿por qué no confías en mí?
Y el frío que no he sentido, pero que sé que existe, ese frío irreversible que entra a los mayores, cuando ya han vivido tanto que lo han olvidado, y que intentas paliar con risas, pasteles y ternura sabiendo que solo estás alargando ese frío sin vuelta.
Pero, después de escribir todo esto melancólico y tristón, tengo que confesaros una cosa: ¡no me gusta el frío! Es algo que quiero considerar ahora solo cuestión de clima, y que es algo que debe de ser necesario pero que espero con ansia que se acabe cada año. No hay momento más alegre para mí que cuando, pasada esta temporada, veo en el campo margaritas blancas con corazón amarillo, vinagritos y campanillas y el trigo subiendo y dorándose al sol.
Y es que siempre lo he dicho, debo de tener corazón de lagartija, necesito el sol y el calor para vivir, no me gusta estar aletargada, sino pegada en una tapia al sol esperando que pase algún mosquito despistado.
Disfrutad del invierno a quien os guste, y a mí buscadme en verano cuando todos salgamos de nuestras oseras y buscadme y me encontraréis en cualquier pared soleada.
Inmaculada Candau
Inmaculada Candau
No hay comentarios:
Publicar un comentario